Por Paulina Vodanovic // Contenido publicado en El Mercurio
En lugar de llegar al páramo de los tiempos mejores, la inmensa mayoría de los chilenos se ha encontrado con una realidad desoladora: dejó de soñar en mejorar su situación personal y hoy se tiene que aferrar con uñas y dientes a lo que aún tiene, temiendo descender por esa pendiente de la que se retorna con demasiado esfuerzo y en largo tiempo.
Es natural que haya cambios de dirección en una gestión gubernamental, que escenarios negativos obliguen a ponderar expectativas. Pero ante una situación tan dramática, lo mínimo es demandar conducción, lo que en nuestro régimen marcadamente presidencial recae en Sebastián Piñera hasta marzo de 2022.
El Presidente de la República está solo, ha perdido por completo la iniciativa política y el control de la agenda pública. Está siendo abandonado paulatinamente por una coalición que ya no dirige. Rodeado por un equipo político debilitado y con escasa trascendencia.
El Ejecutivo suele adjudicar responsabilidades al Congreso por el lento avance de los proyectos de ley que estima necesarios para gobernar; pero la agenda legislativa acordada hace unos días es absolutamente irrelevante para resolver los temas que aquejan al país. No es culpa del Parlamento, pues el Gobierno se enfrenta a él y no ejerce su rol de colegislador, haciendo el trabajo que corresponde: impulsar políticamente los proyectos que se consideren prioritarios.
Y otra cosa: el Estado debe responder a las necesidades y buscar soluciones a los problemas ciudadanos, con las leyes que se tienen y no con las que se quieren. Pareciera ser que eso no está claro en La Moneda, donde se culpa a terceros -los parlamentarios- por los errores propios.
¿Qué queda de aquel Sebastián Piñera que autoproclamaba tener la fuerza de una locomotora para Chile? Mientras la catástrofe y la tragedia campean en el país, podríamos decir que avanza pesadamente contra el tránsito. No ha renunciado a empujar decisiones, pero en el sentido contrario de lo que Chile necesita y pide con claridad.
Los puentes con las fuerzas opositoras están cortados, su coalición dividida y, como si fuera poco, con exministros que lo desautorizan en maratones mediáticas.
La primera autoridad nacional, se sabe, no se caracteriza por escuchar y aceptar otras alternativas a las propias. Y es justamente lo que pide una ciudadanía que puede entender que vivimos tiempos complejos, pero que demanda esfuerzos a la altura de sus tragedias (gasto fiscal mayor); espera reconocimiento y no paternalismos (trabajadores de la salud y de la educación); quiere que se hable con seriedad y claridad (oportuna comunicación de crisis). Y ante todo, exige que la vida valga más que los privilegios de unos pocos.
En los últimos días, la OCDE, el FMI y la ONU demandaron a Chile enfrentar la crisis con medidas económicas más audaces. Las instituciones internacionales más respetables y conservadoras piden que se enfrente con mayores recursos y decisión la crisis económica y política. No basta el alza del precio del cobre para tener gobernabilidad y estabilidad en el futuro cercano. Todo indica que la sordera también se aplicará a estas voces que nadie puede acusar de jugar el juego de la oposición.
En momentos aciagos como los que vivimos, no hay prioridades claras. No hay conducción frente a la crisis de seguridad pública, ni respecto a las demandas de La Araucanía, ni tampoco frente a la situación de millones de chilenos que no pueden más.
El Ejecutivo se desgasta en telefonazos a medios de comunicación, oponiéndose a leyes como la de eutanasia o a impedir -yendo contra la voluntad de los chilenos y de sus representantes, los parlamentarios- el tercer retiro de los fondos de pensiones, alegando una dudosa inconstitucionalidad.Así, pareciera ser un sino que la locomotora llegue a la estación de marzo próximo convertida en vagón de cola.